«No
seas injusto, Frankenstein, acusándome sólo a mí, que soy acreedor
a tu justicia y hasta a tu clemencia y tu afecto. Recuérdalo soy tu
obra y debería ser tu Adán, pero más exacto sería que me
consideraras el ángel caído, expulsado por ti de las alegrías y
arrojado a la miseria. Por todas partes veo felicidad de la que estoy
excluido. Era bueno y la desgracia me hizo un malvado: hazme feliz y
volverá a mí la virtud».
Enfrentarse
a un clásico de la literatura universal es una tarea complicada y
mucha veces hasta desagradecida ya que normalmente cuando afrontamos
este tipo de lecturas lo hacemos condicionados por unas expectativas
consecuencia de las numerosas influencias recibidas. Ocurre pues que
nuestra mente tan acostumbrada y familiarizada con los tópicos
impuestos es incapaz de desligarse de su influjo pudiendo llegar
incluso a alterar o desvirtuar de alguna manera el escrito original
para asemejarlo a nuestros recuerdos. Intentando evitar caer en esta
simpleza y sin perder la perspectiva de la lectura me puse manos a la
obra con el clásico por antonomasia de la literatura gótica o de
terror, Frankenstein o el moderno prometeo
de Mary Shelley,
Quien
no conoce, ya sea por las numerosas películas, dibujos o por
cualquier otro aspecto de nuestro acerbo cultural, la historia de
este gigantón conformado de retazos de cadáveres, que insuflado de
la chispa vital por su creador, Victor Frankenstein, retorna de entre
los muertos para asustar y horrorizar con su aspecto y actos a la
sociedad puritana del momento. Pues bien, aunque el argumento básico
sea tremendamente ordinario, es necesario profundizar para apreciar
los diferentes aspectos y matices que hicieron y hacen grande a esta
obra.
Entre
una prosa elocuente y enriquecedora, muy directa y sugerente,
dinámica e incluso estimulante encontramos una alegoría de los
propios miedos, inseguridades y preocupaciones del hombre, aun
influenciado por los designios de una iglesia permanentemente
dominante. Estos miedos y dudas manifestados de la manera más brutal
y terrorífica que la autora pudo imaginar, caracterizan la sociedad
del momento: temerosa y recelosa, aunque cada vez más preparada por
el continuo progreso de la ciencia. También se atisba, reflejada en
la piel del monstruo, otra de las preocupaciones existenciales del
momento, la impotencia que sufre el hombre frente a la crueldad
involuntaria de su creador, que permite con su omisión la maldad y
la crueldad. Frankenstein es
por tanto una caracterización en clave de terror de la sociedad del
momento que refleja a la perfección las preocupaciones e
inseguridades de principios del s.XVIII.
La lectura de este título ha
arrojado sobre mi impresión un contraste de luces y sombras. Por un
lado se encuentra la prosa, profusa y rica y llena de reflexiones
ocultas, que sin duda ayudó a aumentar la popularidad de este
clásico, mientras que por el otro lado está la degeneración que
toda fama conlleva, envenenando el sentido original. La impecable
narrativa de la señora Mary Shelley y los matices escondidos de un
clásico híperconocido son mis argumentos para recomendaros esta ya
de per se, fantástica historia de terror.
Fd: El lector Invisible