sábado, 6 de junio de 2015

Cuentos imprescindibles // Anton Chéjov (1886-1899)

«Un álamo cubierto de escarcha se divisaba en la tiniebla azulada, como un gigante envuelto en un sudario. El árbol me miró grave y triste como si, de manera análoga a la mía, comprendiera su propia soledad. Le estuve contemplando largo rato».

Antón Pávlovich Chéjov llegó a casa pasadas las cuatro de la tarde. Como en él era habitual, sentó nada más llegar en su butaca y mandó llamar a la empleada para que sirviera el té. Tras las duras jornadas en el hospital, gustaba disfrutar de esas “Pequeñeces de la vida”. Así, apoltronado como estaba, sintió la fatiga recorrerle el cuerpo y por primera vez en mucho tiempo rompió con la rutina de actualizarse con los nuevos avances médicos y se puso a escribir. Rondaba por su mente desde hacía bastantes días una imagen, un recuerdo que le perseguía; la mirada de una mujer desconocida.

Antón acostumbraba a las miradas de las muchachas, jóvenes fans que adoraban a ese nuevo tipo de hombre de éxito; estiloso, refinado, bohemio de pulcro bigote perfilado y elegante en el vestir. Un verdadero dandi 2.0 que cuando no estaba salvando vidas en El pabellón número 6, escribía terribles historias de amor. Pero el recuerdo de aquella mujer, de sincera actitud y grácil caminar, le hizo sentirse por un momento desgraciado, vacío, como si no supiera nada Del amor. ¿Cómo podía expresar en 140 caracteres aquella profundidad de mirada, aquella intensa desazón interior?

Sintió que el microrelato, aquel estilo novedoso que condensaba los sentimientos a tiro de pajarito azul y que tanta fama le había ortorgado, no le bastaba para describir una simple mirada. Sintió el Fracaso apoderarse de su interior, La desgracia cerniéndose sobre su brillante carrera de microescritor y una terrible depresión le consumió.

Al día siguiente levantó con ánimo renovado, había tenido una revelación mientras dormía. Un ángel, claro, diáfano y con voz de mujer le había confesado su amor. Era aquella dama, la misma que días antes le mirara con pasión. Antón corrió al despacho, conectó el ordenador y dejó que el influjo del sueño aun latente escribiera por él. La dama y el perrito lo tituló y pronto se convirtió en un verdadero éxito compartido por millares de personas .  

Fd: El lector Invisible


2 comentarios:

  1. He leído hace poco, y reseñado, El monje negro. Y seguiré conociendo a Chéjov, por supuesto...
    Saludos,

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  2. Un clásico imprescindible para mi. Mucho que aprender.

    Saludos!!

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